#07_¿Cómo es estudiar Artes de la Escritura?
y como cambió mi forma de escribir, leer y pensar la literatura (y la amistad).
Hoy con mis papás vimos Intensamente de nuevo con la idea de prepararnos para ver la secuela el próximo fin de semana. Lloramos los tres, por supuesto. A la noche hicimos una merienda fusionada con cena, y nos pusimos hablar sobre nuestras “memorias centrales”. Para quien no vio la película (le insisto vehementemente que lo haga), en Intensamente estas memorias son pequeñas esferas que crean y marcan nuestra personalidad. Mi papá tiene sesenta años, mi mamá cincuenta y cuatro y yo veintiuno: se pueden imaginar que tenemos muy diferentes memorias centrales. Y sin embargo, una que compartimos los tres, es la primera pisada que dimos en el edificio en el que estudiamos, cada uno, su carrera elegida.

Empiezo por esto, ya que a diferencia de ellos, mi primer año cursando en la facultad fue en la total virtualidad. En el año 2021 estábamos mejor, pero las condiciones no estaban dadas para que yo pudiera siquiera saber qué forma tenía mi facultad, cuántos pisos o de qué color estaban pintadas las paredes. Ese año para mí fue una larga y pegajosa neblina, como los segundos justo después de despertarte de un sueño sin alarma y sentir cómo el cuerpo no responde. Me decidí por la Licenciatura en Artes de la Escritura gracias a Rochi, mi amiga, que me la mostró mientras erradamente estaba debatiéndome entre otras cuatro carreras: Traductorado, Letras, Sociología y Psicología, todas en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Si no me decidía, era porque no quería. Ninguna parecía encajarme. Bastó leer una vez el programa de Artes de la Escritura para sentir urgencia por anotarme, hasta cierto entusiasmo en lo quieto, quieto, de la pandemia.
Entonces, lo hice. Cursé todo el Curso Introductorio de Nivelación y Orientación (CINO) entre las cuatro paredes de mi cuarto (y otros cuartos). Me gustó pero repito, fue fantasmagórico. Estaba ahí absorbiendo conocimiento, escribiendo para talleres de escritura por primera vez, leyendo novelas que me encantaron y no obstante tenía el cuerpo en otras cosas. No fue, por lo tanto, hasta que pisé en 2022 (ya en el ciclo profesional) el edificio que se encuentra en Mitre, a metros de Callao, que me sentí parte de la decisión que había tomado de estudiar esta carrera. Recuerdo haberme levantado a las siete de la mañana (cosa que detesto), bañarme, desayunar, tomarme el 152 para luego tomarme el subte y finalmente caminar diez cuadras hasta llegar, quince minutos tarde, a mi primera clase de Taller de Narrativa I. Ese día conocí a quien hoy definiría como mi mejor amigo, Santi. Me senté a su lado e ignoré por completo, hasta dos horas más tarde, que tenía una bota y muletas. Así empezó nuestra amistad: le pregunté si necesitaba ayuda para algo y me dijo que no. Dos horas después cuando la clase terminó, me contestó con un gracias y empezamos a reír. Nos dimos cuenta que estábamos anotados a las mismas comisiones y justo cuando estábamos por salir a tener la próxima clase nos cruzamos con Euge, quien nos hizo parte instantáneamente de un grupo pre-existente y el resto es historia. Hoy son el mejor grupo de personas que conozco.

¿Por qué hago hincapié sobre mis amigos si la entrada del día de hoy es sobre mi carrera? Porque se dice que el oficio de escribir es solitario. Yo lo pensaba. Hoy creo que no. La diferencia sustancial entre cursar mi primer año de manera virtual y el día que pisé la facultad es que estudiar es, por sobre muchas cosas, crear comunidad. Seguro que en la ignorancia de no conocer a estas personas que hoy amo, estudiar esta carrera me fascinaría de cualquier manera. Pero hoy que soy consciente de quienes tengo a mi alrededor, me sobreviene una tristeza gigante pensar en no tenerlos. En no sentir que me rodean en cada clase, escuchar sus murmullos, sus risas, ir rotando de caras de materia en materia (somos muchos) pero nunca de esa sensación de camaradería. Volver con ellos a casa caminando en la gran ciudad, pispear sus apuntes cada vez que me abstraigo para escribir un poema, saber que si no voy ellos graban la clase, me ayudan, me sostienen. Estudiar esta carrera significó para mí admitir algo que nunca antes había hecho: me cansé de hacer las cosas solas, necesito de los demás. Soy mejor escritora por mis amigos. Escribir hoy, gracias a esta carrera, significa estar acompañada.

Y tomando esto de punto, podemos adentrarnos un poco más en la carrera como tal. Yo nunca había hecho un taller literario. No por soberbia, sino por vergüenza. A veces creo que soy buena enfrentándome a lo desconocido solo cuando no me queda otra alternativa. Una gran parte de la estructura de la carrera está sostenida sobre talleres: Taller de Poesía I y II, Taller de Narrativa I y II, Taller de Crónica, Taller de Dramaturgia y estos son solo los que hice, quedan más. Es la presencia de talleres como materias lo que primordialmente la separa de una carrera como Letras en la UBA. No te queda otra, tenés que ponerte a escribir hasta lo que nunca escribiste, lo que te incómoda, lo que te asusta e intimida.
Entré sabiendo que iba a disfrutar, muy probablemente, los talleres de poesía y sin duda no decepcionaron: trabajé el sentido unitario del verso, los cortes, entendí mejor mi estilo, pulí lo que ya sabía y hallé las palabras para describir eso del poema que todavía estaba a años luz de descubrir (si es que algún día lo hacía). Pero no podría haber predicho jamás que talleres como Narrativa II iba a sembrar en mí el deseo, hoy incesante, de escribir una novela (el trabajo del cuatrimestre es escribir los primeros cuatro capítulos de una novela, cosa que jamás había hecho) o el taller de Crónica de dedicarme a esto que estoy trazando en este Newsletter: la información mezclada con la visión propia de una experiencia.

Lo que más me emociona de esta carrera y es por eso que la recomiendo solo a quien le guste el momento de escribir (que es distinto a leer o escribir un rato, me refiero a aquel o aquella que está flechada del instante en el que la hoja se llena, se fertiliza con la propia palabra, se vuelve propia), es que te incita a pensar la escritura en todas sus facetas. Te motiva a forzar tus propios límites o creencias: para muchos de mis amigos fue entender que un poema no tenía que rimar y que de hecho, las consignas para escribir de Taller de Poesía y los profesores, más bien inducen a lo contrario, a que exploremos y nos encontremos a nosotros mismos en el verso libre y solo a partir de ahí decidir si queremos beneficiarnos de lo aprendido sobre métrica y cadencia o no. Y en mí, por ejemplo, fue comprender que no hay solo una manera de pensar una novela, y menos una como yo escribí en Taller de Narrativa II que rozaba juguetonamente con la comedia romántica. Que es posible ponerle mi impronta de poeta y al mismo tiempo alejarme, jugar con los diálogos, armar escenas de una forma dinámica, que no me aburra, que no es necesario plagarla de monólogos internos, descripciones que a mí, como lectora, no me interesaría leer. Que puedo ser buena, que puedo ser excelente si lo cultivo. Que es hasta factible amar hacer parciales (aún si me estreso mucho por este deseo insalubre que tengo de un diez o por lo menos, más de un siete) porque significa labrar un estilo propio a la hora de leer, analizar y construir lecturas críticas sobre cualquier texto y obra que me den. Probarme a mí misma que no hay cosas en las que soy naturalmente mejor o peor: puedo sembrarlo todo. Y eso significa que tengo un mundo de posibilidades a mi alcance (“es infinita esta riquiza abandonada” dijo Edgay Bayley).
Y si hay que estar embelesada con el momento de escribir, tengo que advertir que hay que estar prendadísima también con la hora de leer: porque se lee, y se lee mucho. Desde Frankenstein y Al faro al Martín Fierro y Las aventuras de la China Iron. Borges, Artl, Camila Sosa Villada, Mariana Enríquez y Walsh. Pizarnik, Watanabe, Girondo, Giannuzzi, Orozco y Vilariño. El denominador en común está claro en esta lista armada con desprolijidad y fascinación: por supuesto que leemos de todo, pero estamos en la Universidad Nacional de las Artes, sino nos leemos a nosotros como argentinos y latinoamericanos, ¿quién entonces?
Una profesora que amo de Narrativa Latinoamericana nos dijo en la primera clase por allá en el 2022 que como latinoamericanos tenemos que construir una tradición no solo de escritura que atienda nuestra tierra, nuestra sociedad y nuestra historia, sino de lectura: leernos es saber de dónde venimos e imaginar un futuro en el que sabemos también, a dónde queremos ir, dónde es mejor dirigirnos. No quiero espantar a nadie que no tenga en el cuerpo este patriotismo vasto que tengo yo, hay materias que se dedican a leer otras tradiciones literarias lejanas a esta Latinoamérica hermosa (Narrativa Universal I y II, Poesía Universal I y II, por decir algunas). Pero creo que es fundamental que una de las únicas carreras en toda Latinoamérica (sino, la única) que se dedica exclusivamente al arte de la escritura, a profesionalizarnos en ella, conciba y funda este conocimiento por lo que es propio, que nos pueda decir a nosotros, como estudiantes: la literatura está acá, siempre lo estuvo, no hay que irse muy lejos para abrazarla, para nombrarla, para legitimarla. La literatura somos nosotros, es Latinoamérica.

Por eso me encanta que la carrera que amo nos provoque a escribir con voseo, a reconocernos en los grandes errores y monstruosidades históricas de la Argentina y Latinoamérica para aprender a no repetirlos (aunque fallemos, a veces), a leer a los grandes monumentos de la literatura y a entender que no por eso son intocables, inentendibles. Martín Kohan (sí, fue mi profesor, sí sé que soy la envidia de todos aquí hoy) nos contaba en las clases teóricas de Narrativa Argentina II chismes sobre Borges y Cortázar, Aira y Arlt: porque es eso lo que también hace un gran maestro, desarma las ideas que tenemos de excelencia dentro de la escritura y las refuerza pero no en su perfección, sino desde su humanidad.
Esta carrera me enseñó y me enseña (me queda la otra gran mitad de este tramo y me gustaría, sin embargo mientras avanzo límpidamente, que nunca termine a la vez) a ser crítica con la persona que tengo al lado sin ser agresiva (algo que no está en boga en los últimos tiempos) y a ser crítica conmigo misma y encontrar, por dar un ejemplo, en el libro que publiqué hace menos de medio año un millón de cosas que cambiaría. Pero notarlo con entusiasmo en vez de arrepentimiento. Porque sé que tengo toda la vida para enmendar eso que no me gusta, reescribirlo con furia, si la tengo, y con la compasión que sé que guardo. Tengo toda la vida para crecer y seguir aprendiendo. Porque sé, a ciencia cierta, que lo hermoso de estar estudiando (y nunca imaginarme sin hacerlo) es que cada libro que publique y cada texto que escriba por exquisito que sea, siempre va a parecerme mejorable: porque estoy en constante transformación, en eterno aprendizaje y hoy, con todo (lo poco) que aprendí, sé que nunca querría quedarme en un solo sitio de mi escritura. Hoy sé, por la carrera que elegí, que me quedan millas por recorrer dentro de mi propia literatura. Y tengo soberanía sobre mis decisiones artísticas, sobre mis errores y sobre mi profesión: es mía y puedo hacer de ella lo que quiera.
Estudiar Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes me enseñó que cualquiera puede ser escritor, escritora y escritore, pero que como cualquier otra carrera, oficio y pasión, profesionalizarse en ella es una forma, no solo de tomarla en serio, sino de despojarnos de esa reputación vaporosa que nos persigue que nos reclama que no necesitamos que nos paguen, nos escuchen y valoren nuestro trabajo porque lo hacemos por mero “amor”. Merecemos, como artistas, poetas, dramaturgos, cronistas, cuentistas, novelistas, escritores y autores tener una carrera que nos perfeccione, nos prepare para saber leer y escribir cualquier género que se nos arroje encima y considere que nuestro arte no es una obra de la casualidad, la inspiración y el azar. Es un trabajo que se cultiva y que es necesario cuidar con una universidad pública que nos ampare. Porque si no hay literatura, la cultura pierde la palabra y condenarla al silencio es quizás, lo peor que podríamos hacerle.

Gracias por leerme, como siempre. Extrañé este espacio. Por favor recuérdenme pasar por acá más seguido. Cualquier pregunta sobre la carrera que yo no haya cubierto en esta entrada es bienvenida y será respuesta en los comentarios.
Con amor,
Flor.
Me encantó. Motivación hiper mega archi suficiente para dejar mi carrera y finalmente comenzar Artes de la escritura! Amo tu prosa 💘
Me encantó! ❤️ Qué ganas de estudiar esa carrera! Se creó muchos años después de ese primer momento en el que elegí de manera completamente inconsciente algo para estudiar post secundario y siento que, si hubiera tenido esta opción a mano, me habría anotado (o eso me gusta creer).
Me gustó, además, cómo escribiste el texto. Volvé pronto!