no recuerdo, por lo menos desde mi adolescencia, una navidad en la que no haya llorado. este año ya lo hice, hace un rato. es así: al igual que mis cumpleaños, no importa cuántos ramos de flores compre para tener en mi mesa de luz, cuánto cambie mis planes para no caer en las mismas tristezas, cuán satisfecha me sienta por romper patrones que me duelen, me tropiezo con el llanto como con una piedra. es un embrujo que se disfrazó de tradición.
no había entendido el lamento adulto sobre “la silla vacía en navidad” hasta que se murió una de mis abuelas hace ya seis años. pero no suelo llorar por eso. no la extraño en navidad o en fechas especiales. su presencia me envuelve de forma inesperada, como me pueden agarrar ganas de estornudar. me pasa cuando veo una pastafrola (que es diferente a cuando como pastafrola; hoy ya nadie la hace como ella), cuando alguien dice la palabra malvón o bonita, a veces cuando me hago empanadas de jamón y queso de la forma en la que ella me las hacía y las llamaba palitos chinos. no planeo extrañarla, solo pasa. pero entiendo lo que es mirar hoy a mi derecha en la mesa y no verla; que no me haga un chiste sobre mi mamá, que no me pase plata escondida por abajo del mantel, que no diga sonriendo lo rico que está todo. sigo recordando su voz, y eso me alcanza.
lo que también recuerdo es que su forma de usar el lenguaje era leve. liviana. quizás eso es lo que me falta en navidad y en mi propia cabeza hace mucho tiempo: un lenguaje suave, flexible.
la navidad pone nerviosos a mis papás porque hay mucho que hacer, o por lo menos, a ellos les enseñaron que había mucho que hacer entonces hoy lo siguen haciendo aún cuando quienes se lo transmitieron ya no están. detrás de cada comida que preparan y mueble que limpian está, como dice Olga Orozco, “la orden, la invitación o el ruego” (lean el poema “Señora tomando sopa”). y ese mismo estrés vuelve rígido el lenguaje que usamos entre nosotros cuando se acercan las fiestas.
el lenguaje es moldeable. o por lo menos, me haría muy feliz que lo fuera.
sé que el lenguaje que uso con mi novia es leve, así como el que usaba mi abuela conmigo. porque las palabras se deforman: un mismo apodo pierde una letra, suma dos sílabas, se pronuncia con paciencia, con tiempo, con la plenitud que trae la dicha.
por eso es que últimamente estoy intentando amasar el lenguaje que uso conmigo misma hasta que sus bordes se desafilen. me lastimo mucho cuando me hablo. lo hago día tras día desde que soy adolescente. mi lenguaje no olvida aquello que me dijeron que alguna vez me dolió, aún si con frecuencia pienso que sí. a veces pareciera como si el lenguaje que uso conmigo misma estuviera solo hecho de eso: de aquello que alguna vez me hizo llorar. y lo relleno con verbos del deber: tengo que, debería ser, no estoy haciendo lo suficiente, no merezco lo que quiero, etc.
mi silla vacía en navidad hizo que olvidara un poco más cómo transformar el lenguaje en algo sutil, dulce, hasta cariñoso. mi abuela se llevó parte de esa identidad lingüística cuando murió. mi novia me lo recuerda. pero soy dura; quizás por elección propia o quizás porque desde que soy chica y me preguntan mi signo y digo tauro, me responden qué cabeza dura.
me dedico a las palabras y aún así no aprendí a hablarme con cariño; me la paso empapando versos, cortándolos en cada respiración, moldeando significados para que siempre remitan a otra cosa, a algo más y no puedo escribirme en el cuerpo qué bien flor, qué linda sos. por decir algo.
me gustaría volver a confiar en el poder de la palabra como algo que puede traer un poco de sol. este año perdí esa esperanza. pero la quiero de vuelta.
hace un rato, cuando estaba todavía triste y cumpliendo con mi llanto tradicional navideño, estrené un cuaderno nuevo. escribí palabras duras. pero ahora, en este espacio, estoy escribiendo con amabilidad. quizás se trate de eso; saber que en mí conviven ambos lenguajes y que cuando me entristezco la palabra puede raspar, pero todavía puedo elegir que mi identidad lingüística esté regida por algo más. por algo salvaje y suave. recordar que siempre puedo escribir algo que me haga bien.
no sé si tengo mucho más que decir. pero me gustó hacer esto. quiero utilizar este espacio con más regularidad. poner en orden mis pensamientos. compartirlos. no tenerle tanto miedo. usarlo hasta con cierta espontaneidad, aunque quizás parezcan párrafos inconexos, ideas sin terminar. para eso puedo volver a escribir, podemos volvernos a ver en la próxima vez.
espero tengan unas felices fiestas y si tienen alguna silla vacía, pongan sobre ella un poco de lenguaje leve y suave. quizás mejore.
con amor,
Flor.
hace un tiempo aprendí que una de las partes más lindas de las palabras es que, de una u otra forma, siempre llegan en el momento perfecto. quizás de forma aislada o en párrafo, pero llegan. hoy a la mañana me sorprendió un llanto repentino. no supe cómo tratarlo ni cómo reaccionar; le di lugar en mí, pero no lo entendí hasta que te leí hace menos de diez minutos. muchas gracias por ayudar a que esas palabras lleguen a los lugares perfectos o necesarios
feliz navidad adelantada flor, espero que nos veamos una y otra vez, con cada uno de tus escritos.